Al abordar los desafíos que enfrentan los sobrevivientes de cáncer infantil, es esencial considerar una de las consecuencias menos visibles pero significativas de la enfermedad: los problemas cognitivos. Este término abarca dificultades de memoria y de procesamiento de la información que pueden manifestarse meses o incluso años después de haber completado el tratamiento contra el cáncer.
Según expertos en psicología y neuropsicología del CHOC (Children’s Health of Orange County), entre un 35 % y un 65 % de los pacientes pediátricos con cáncer experimentan algún tipo de efecto tardío. Estos efectos pueden variar considerablemente; sin embargo, suelen incluir dificultades en el funcionamiento ejecutivo, problemas de atención y déficits de memoria. De esta manera, aunque la batalla contra el cáncer haya finalizado, los desafíos persisten para muchos de estos jóvenes.
Uno de los grupos más afectados incluye a los niños cuyo sistema nervioso central fue impactado directamente por la enfermedad o el tratamiento. Este grupo abarca a pacientes con tumores cerebrales y a aquellos diagnosticados con leucemia linfoblástica aguda. Tratamientos como la radioterapia craneal y la quimioterapia intratecal, administrada directamente en la médula espinal, incrementan el riesgo de problemas neurocognitivos, especialmente cuando el tratamiento se lleva a cabo a una edad temprana.
Es preocupante que estos efectos no siempre se manifiesten de inmediato. En muchos casos, los déficits cognitivos comienzan a notarse durante las transiciones escolares, como el paso de la primaria a la secundaria. Así, los niños que anteriormente mostraban un rendimiento académico adecuado pueden empezar a quedarse atrás en comparación con sus compañeros. Esta situación puede resultar angustiante tanto para ellos como para sus familias, ya que se produce en un momento crítico del desarrollo personal y social de los jóvenes.
Ante estos efectos tardíos, los padres enfrentan una tarea compleja que requiere atención y adaptación constante. En este contexto, las evaluaciones neuropsicológicas emergen como una herramienta invaluable para identificar áreas de fortaleza y debilidad en los niños. A través de estas pruebas, es posible obtener una comprensión más profunda de las capacidades cognitivas afectadas por el tratamiento del cáncer. Esta información puede ser utilizada para diseñar estrategias personalizadas en el hogar y en el ámbito escolar, facilitando así el aprendizaje y la adaptación.
La coordinación entre padres, profesionales médicos e instituciones educativas es fundamental para asegurar que los niños reciban el apoyo adecuado. Colaborar estrechamente con el equipo psicosocial del hospital y los educadores permite a las escuelas comprender mejor las limitaciones cognitivas que pueden afectar el aprendizaje del niño. Implementar adaptaciones sencillas, como modificar la carga de trabajo o extender el tiempo para la realización de exámenes, puede tener un impacto positivo en el desempeño académico y emocional del niño.
El monitoreo del progreso académico de los niños se convierte en un aspecto relevante a medida que crecen y enfrentan nuevos retos en su educación. Identificar áreas de dificultad de forma regular permite ajustar las estrategias educativas y de apoyo en función de las necesidades cambiantes del niño. La neurocognición representa una parte integral del desarrollo; por lo tanto, cualquier alteración en esta área requiere atención continua y una comprensión profunda de su evolución.
Asimismo, mantener una comunicación fluida con el oncólogo puede ser clave para abordar los efectos neurocognitivos tardíos. Aunque superar el cáncer es un logro significativo, es importante reconocer que la calidad de vida posterior al tratamiento depende de un enfoque integral que incluya la evaluación y el tratamiento de los efectos neurocognitivos tardíos. El oncólogo puede actuar como un recurso valioso para facilitar el acceso a especialistas en neuropsicología, quienes llevarán a cabo las evaluaciones necesarias y ofrecerán una guía sobre el proceso educativo.